LOS FAVORES DE LA LUNA

 Por Charles Baudelaire  

La Luna, que es el capricho mismo, miró por la ventana mientras dormías en tu cuna, y se dijo: «Esta niña me gusta».

Y bajó suavemente por su escalera de nubes y pasó sin ruido a través de los cristales. Después se extendió sobre ti con la blanda ternura de una madre y depositó sus colores sobre tu rostro. Tus pupilas quedaron por ello verdes y tus mejillas extraordinariamente pálidas. Contemplando a esta visitante, tus ojos se han agrandado tan extrañamente, y tan tiernamente ha ceñido ella tu garganta, que te ha quedado un continuo deseo de llorar.

Sin embargo, en la expansión de su alegría, la Luna llenaba toda la estancia, como una atmósfera fosfórica, como un veneno luminoso y toda esa luz viviente pensaba y decía: «Tú sufrirás eternamente la influencia de mi beso. Serás bella a mi manera. Amarás lo que yo amo y me ama: el agua, las nubes, el silencio y la noche; el mar inmenso y verde; el agua informe y multiforme; el lugar donde no estés; el amante que no conozcas; las flores monstruosas; los perfumes que hacen delirar; los gatos que desfallecen sobre los pianos y gimen como mujeres, con una voz ronca y dulce.

»Y serás amada por mis amantes y cortejada por mis cortesanos. Serás la reina de los hombres de ojos verdes cuyas gargantas también he oprimido en mis caricias nocturnas; de aquellos que aman el mar, el mar inmenso, tumultoso y verde, el agua informe y multiforme, el lugar donde no están, la mujer que no conocen, las siniestras flores semejantes a incensarios de una religión desconocida, los perfumes que turban la voluntad y los animales salvajes y voluptuosos que constituyen los emblemas de su locura».

Por esto, maldita y querida niña mimada, estoy tendido a tus pies, buscando en toda tu persona el reflejo de la temible Divinidad, de la fatídica madrina, de la nodriza envenenadora de todos los lunáticos.