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EL POETA Y LAS MÁSCARAS

 Por Arturo Corcuera    Con la mirada fija, sin alma y sin cuerpo, cuelgan de la      pared: caras con los párpados cerrados resistiéndose     a mirar la vida. Pintarrajeadas, de ojos como fosas, de pómulos      desorbitados; máscaras de la ira, de la noche de     carnaval, de infortunio y misterio. A semejanza del hombre parecen haber sufrido mucho, expresan odio o serenidad, cocinadas en niebla o fuego. Rostros decapitados. Emergen de inhóspitos pozos, abismos y sarcófagos. Han cruzado mares, escenarios, comparsas, danzas rituales; ¿Quién fue ese hombre del antifaz negro? ¿Nunca lo     sabremos? ¿Ese que ríe sin compasión llora en cuanto damos la      vuelta? ¿El del turbante de ébano, el de las calaveras clavadas en      la frente? ¿El de la cara como tambor de guerra? ¿El de enigmático     gesto de dolor? Alguien oscuro y triste se oculta detrás de cada máscara. Seres tasajeados que vienen inmóviles de mundos     desconocidos: se filtran por las paredes,     los desoxida el olvido,

EL CONGRESO

 Por Jorge Luis Borges    (Fragmento) Su voz era distinta; no era la del pausado señor que presidía nuestros sábados ni la del estanciero feudal que prohibía un duelo a cuchillo y que predicaba a sus gauchos la palabra de Dios, pero se parecía más a la última. Sin mirar a nadie mandó: —Vayan sacando todo lo amontonado ahí abajo. Que no quede un libro en el sótano. La tarea duró casi una hora. Acumulamos en el patio de tierra una pila más alta que los más altos. Todos íbamos y veníamos; el único que no se movió fue don Alejandro. Después vino la orden: —Ahora le prenden fuego a estos bultos. Twirl estaba muy pálido. Nierenstein acertó a murmurar: —El Congreso del Mundo no puede prescindir de esos auxiliares preciosos que he seleccionado con tanto amor. —¿El Congreso del Mundo?  —dijo don Alejandro. Se rió con sorna y yo nunca lo había oído reír. Hay un misterioso placer en la destrucción; las llamaradas crepitaron resplandecientes y los hombres nos agolpamos contra los muros o en las ha

NADA

 Por Alejandro Jodorowsky    Lo desaparecido sigue como un suspiro en los pétalos de la memoria hasta que un día se convierte en perfume Temblores virtuosos que dan sabor a las tinieblas