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CESAR MORO (I)

 Por André Coyné   (Fragmento) ¿Ideas? Pobres ideas... Lo que de nosotros vale no son las ideas. ¿Qué ideas hay nuestras? y, a la hora de las horas ¿qué nos importan nuestras ideas? Podemos cambiarlas: moda, anto jo —un día esto, otro día aquello —. Mejor no tenerlas ya que, pasadas las modas y los antojos, un solo hecho queda, inalterable: nuestra sensibilidad. No digo sentimiento, sensiblería: sensibilidad , la aptitud para comunicarnos, inmediatamente, con el mundo, para tejer la red sin fin de relaciones entre nosotros y cada cosa, nosotros y cada ser del universo, la tierra, el cielo, el mar, un rostro, un objeto, una mirada, hoy, siempre hoy, ayer hoy, mañana hoy, de día o de noche, en la vigilia o en el sueño.

UN DRAMA A LA ORILLA DEL MAR

 Por Honoré de Balzac   (fragmento) Los jóvenes tienen casi todos un compás con el que se complacen en medir el futuro: cuando su voluntad se ajusta con la osadía del ángulo que abren, el mundo es suyo. Pero este fenómeno de la vida moral tan solo se produce a cierta edad. Esa edad, que para todos los hombres se encuentra entre los veintidós y los veintiocho años, es la de los grandes pensamientos, la edad de las primeras concepciones, porque es la edad de los inmensos deseos, la edad en la que no se duda de nada: quien dice duda, dice impotencia. Después de esta edad rápida como una sementera, viene la de la ejecución. Existen en cierto modo dos juventudes, la juventud durante la que uno cree, y la juventud durante la que uno actúa; muchas veces ambas se confunden en los hombres a los que la naturaleza ha favorecido, y que son, como César, Newton y Bonaparte, los más grandes entre los hombres. Me hallaba yo midiendo cuánto tiempo requiere un pensamiento para desarrollarse; y, con mi c