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Mostrando las entradas etiquetadas como Spleen de París

LAS VOCACIONES

 Por Charles Baudelaire    En un hermoso jardín donde los rayos del sol otoñal parecían entretenerse a gusto, bajo un cielo ya verdoso en que flotaban nubes de oro como continentes de viaje, cuatro hermosos niños, cuatro muchachitos, cansados sin duda de jugar, charlaban entre ellos.  Uno decía: —Ayer me llevaron al teatro. En grandes y tristes palacios, al fondo de los cuales se ven el mar y el cielo, hombres y mujeres, también serios y tristes, pero mucho más guapos y mejor vestidos que los que vemos en todas partes, hablan con voz cantarina. Se amenazan, suplican, se desesperan y apoyan con frecuencia la mano sobre un puñal envainado en su cinturón. ¡Ah!, ¡qué bonito es! Las mujeres son mucho más hermosas y mucho más altas que las que vienen a vernos a casa y, aunque con sus grandes ojos hundidos y sus mejillas inflamadas tienen un aire terrible, no se puede evitar amarlas. Se pasa miedo, entran ganas de llorar y, sin embargo, se queda uno contento... Y luego, lo más singular de tod

EL DESEO DE PINTAR

 Por Charles Baudelaire    ¡Desgraciado tal vez el hombre, pero dichoso el artista a quien desgarra el deseo! Ardo por pintar a aquella que tan rara vez se me aparece y que huye tan rápidamente como algo hermoso que el viajero arrebatado por la noche haya perdido. ¡Cuánto tiempo hace ya que ha desaparecido! Es hermosa y más que hermosa; es sorprendente. En ella abunda lo negro: y todo lo que inspira es nocturno y profundo. Sus ojos son dos antros donde centellea vagamente el misterio y su mirada ilumina como el relámpago: es una explosión en las tinieblas. La compararía a un sol negro, si se pudiera concebir un astro negro derramando luz y felicidad. Pero más inclina a pensar en la luna, que sin duda la ha señalado con su temible influencia; no la luna blanca de los idilios, que parece una novia fría, sino la luna siniestra y embriagadora, colgada en el fondo de una noche tempestuosa y empujada por las nubes que corren; no la luna apacible y discreta que visita el sueño de los hombres

EL ESPEJO

 Por Charles Baudelaire    Un hombre espantoso entra y se mira en el espejo. «¿Por qué se mira usted en el espejo, sino puede contemplarse más que con desagrado?» El hombre espantoso me contestó: «Señor, según los inmortales principios del 89, todos los hombres son iguales en derecho; de modo que tengo derecho a mirarme; con placer o sin él, eso sólo importa a mi conciencia.» En nombre del sentido común, sin duda yo tenía razón; pero, desde el punto de vista legal, él no se equivocaba.

EMBRIÁGATE

 Por Charles Baudelaire    Hay que estar siempre ebrio. Ahí está todo: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo que rompe tus hombros y te inclina hacia la tierra, es preciso que te embriagues sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, según te plazca. Pero embriágate. Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, en la hierba verde de una cuneta, en la soledad melancólica de tu habitación, te despiertas y la embriaguez ha disminuido o desaparecido, pregunta al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta o lo que habla, pregúntale qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj te responderán: «¡Es la hora de embriagarse! Para no ser esclavos martirizados del Tiempo, embriágate; ¡embriágate sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, de lo que quieras.»

EL LOCO Y LA VENUS

 Por Charles Baudelaire    ¡Qué día admirable! El vasto parque se extasía bajo el ojo ardiente del sol, como la juventud bajo el dominio del Amor. El éxtasis universal de las cosas no se expresa por ningún ruido; los mismos ojos están como dormidos. Muy diferente de las fiestas humanas, es ésta una orgía silenciosa. Se diría que una luz siempre creciente hace resplandecer cada vez más los objetos; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo con la energía de sus colores y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los hace ascender hacia el astro como el humo. Sin embargo, en este gozo universal, he advertido un ser afligido. A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios encargados de hacer reír a los reyes cuando el Remordimiento o el Fastidio les obsesiona, ataviado con un traje brillante y ridículo, coronado de cuernos y de cascabeles, acurrucado en el pedestal, eleva hacia la inmortal Diosa unos o

EL EXTRANJERO

 Por Charles Baudelaire   —¿A quién amas más?, dí, hombre enigmático, ¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana, o a tu hermano? —No tengo padre ni madre, ni hermana ni hermano. —¿A tus amigos? —Utiliza usted una palabra cuyo significado no conozco hasta el momento. —¿A tu patria? —No sé en que latitud está situada. —¿A la belleza? —La amaría de corazón, diosa e inmortal. —¿Al oro? —Lo odio como odia usted a Dios. —Entonces, ¿qué es lo que amas, extraordinario extranjero? —¡Amo las nubes... las nubes que pasan... allá... allá... maravillosas nubes!