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EL CUADERNO ROJO (6)

 Por Paul Auster   6 En la misma línea, a pesar de abarcar un período de tiempo más corto (unos meses en lugar de veinte años), otro amigo, R., me habló de cierto libro inencontrable que había estado intentando localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente excepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde que paseaba por la ciudad, tomó un atajo a través de la Grand Central Station, subió la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue, y descubrió a una joven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que él había estado intentando localizar tan desesperadamente. Aunque no es alguien que normalmente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar. —Lo crea o no  —le dijo a la joven —, he estado buscando ese libro por todas partes. —Es estupendo  —respondió la joven —. Acabo de terminar de leerlo. —¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar?  —preguntó R. —. No pued

EL CUADERNO ROJO (8)

 Por Paul Auster   8 Hace tres veranos encontré una carta en mi buzón. Venía en un gran sobre blanco y estaba dirigida a alguien cuyo nombre no conocía: Robert M. Morgan, de Seattle, Washington. En la oficina de Correos habían estampado en el anverso del sobre varios sellos. Desconocido, A su procedencia . Habían tachado a pluma el nombre del señor Morgan, y al lado alguien había escrito: No vive en esta dirección . Trazada con la misma tinta azul, una flecha señalaba la esquina superior izquierda del sobre, junto a las palabras Devolver al remitente . Suponiendo que la oficina de Correos había cometido un error, comprobé la esquina superior izquierda para ver quien era el remitente. Allí, para mi absoluta perplejidad, descubrí mi propio nombre y mi propia dirección. No sólo eso, sino que estos datos estaban impresos en una etiqueta de dirección personal (una de esas etiquetas que se pueden encargar en paquetes de doscientas y que se anuncian en las cajas de cerillas). La ortografía de

CARTA A ANTENOR ORREGO

 Por César Vallejo   (Fragmento) Por lo demás, el libro  [ Trilce ] ha caído en el mayor vacío. Me siento colmado de ridículo, sumergido a fondo en ese carcajeo burlesco de la estupidez circundante, como un niño que se llevara torpemente la cuchara por las narices. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser libre hoy, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad.  Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta que punto es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!  ¡Y cu

CARTA (V)

 Por César Moro    Yo puedo pronunciar tu nombre hasta perder el conocimiento, hasta olvidarme de mí mismo; hasta salir enloquecido y destrozado, lleno de sangre y ciego a perderme en las suposiciones y en las alucinaciones más torturantes. Todo me persigue con tu nombre. Tu imagen aparece a cada instante debajo de todas las imágenes, de todas las representaciones. Nada puede hacerme sufrir más que el espectáculo del amor. Yo solo, frente al mundo, fuera del mundo, en el mundo intermedio de la nostalgia fúnebre, de las aguas maternas, del gran claustro, del paraíso perdido; frente a ti y lejos, tan lejos que ya nada puede salvarme, ni la muerte. Me has arrojado por debajo de mí mismo: las palabras se van acumulando; hay palabras de las que ya no se vuelve, que abren una brecha por la que se introduce el veneno y la tristeza de muerte; la desolación total, la soledad, el abandono definitivo. Encerrado dentro de mí, solo con tu recuerdo que me persigue noche y día sin reposo. Ya no puedo