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PARA UNA VERSION DEL I KING

 Por Jorge Luis Borges   El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida. Nada nos dice adiós. Nada nos deja. No te rindas. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber un descuido, una hendidura. El camino es fatal como la flecha pero en las grietas está Dios, que acecha.

EL CONGRESO

 Por Jorge Luis Borges    (Fragmento) Su voz era distinta; no era la del pausado señor que presidía nuestros sábados ni la del estanciero feudal que prohibía un duelo a cuchillo y que predicaba a sus gauchos la palabra de Dios, pero se parecía más a la última. Sin mirar a nadie mandó: —Vayan sacando todo lo amontonado ahí abajo. Que no quede un libro en el sótano. La tarea duró casi una hora. Acumulamos en el patio de tierra una pila más alta que los más altos. Todos íbamos y veníamos; el único que no se movió fue don Alejandro. Después vino la orden: —Ahora le prenden fuego a estos bultos. Twirl estaba muy pálido. Nierenstein acertó a murmurar: —El Congreso del Mundo no puede prescindir de esos auxiliares preciosos que he seleccionado con tanto amor. —¿El Congreso del Mundo?  —dijo don Alejandro. Se rió con sorna y yo nunca lo había oído reír. Hay un misterioso placer en la destrucción; las llamaradas crepitaron resplandecientes y los hombres nos agolpamos contra los muros o en las ha

EL OTRO

 Por Jorge Luis Borges    (Fragmento) De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo. —Oí  —le dijé —, ¿tenés algún dinero?. —Sí  —me replicó —. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile . —Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas. Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros. Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez. —No puede ser  —gritó —. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.) —Todo esto es un milagro  —alcancé a decir — y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados