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EL CUERPO DE GIULIA-NO (15)

 Por Jorge Eduardo Eielson    (Fragmento) Nada, Dogaresa, nada pudo servir mejor a mi intolerancia por los demás que tú misma, delante de mí, en el papel de suma sacerdotisa de mis deseos y de mis sueños. A fuerza de buscar la luz hubiera podido devorarte un seno, y tu habrías sufrido de esa llaga incurable como de una enfermedad dulcísima, sin lamentarte. Porque tú ya casi no percibías tu cuerpo, no lo distinguías del mío. En el fragor de la noche todo nos estaba permitido, hasta quitarnos nuestro cuerpo por momentos y volvernos una sola criatura celeste, un solo resplandor sobre el lecho. Aunque luego, durante el día ¿recuerdas? el silencio cayera entre nosotros como un manto de plomo. Como las víctimas del Vesubio  —pobres larvas convertidas en piedra, carbón, metal orgánico, momias de la vida diaria —, como las criaturas quemadas por la lava y la ceniza, nuestras palabras en adelante no emitirían sino silencio. ¿Transmutación divina? ¿Sabiduría completa? ¿O total ignorancia? ¿Para

EL CUADERNO ROJO (8)

 Por Paul Auster   8 Hace tres veranos encontré una carta en mi buzón. Venía en un gran sobre blanco y estaba dirigida a alguien cuyo nombre no conocía: Robert M. Morgan, de Seattle, Washington. En la oficina de Correos habían estampado en el anverso del sobre varios sellos. Desconocido, A su procedencia . Habían tachado a pluma el nombre del señor Morgan, y al lado alguien había escrito: No vive en esta dirección . Trazada con la misma tinta azul, una flecha señalaba la esquina superior izquierda del sobre, junto a las palabras Devolver al remitente . Suponiendo que la oficina de Correos había cometido un error, comprobé la esquina superior izquierda para ver quien era el remitente. Allí, para mi absoluta perplejidad, descubrí mi propio nombre y mi propia dirección. No sólo eso, sino que estos datos estaban impresos en una etiqueta de dirección personal (una de esas etiquetas que se pueden encargar en paquetes de doscientas y que se anuncian en las cajas de cerillas). La ortografía de

ALOYSUS ACKER

 Por Martín Adán    (Fragmento) ¡Muerto!... En cuanto miro, no veo Sino tu naríz de hielo. Qué estado perfecto!... ¡Como si Dios creara de cierto!... ¡El no nacido, el no engendrado, muerto! Flores, lágrimas, candelas, Pensamientos, Todo demás, todo demás; Como el deseo... En mi ardida sombra de adentro, Real como Dios, por modo infinito Y sensible, yaces muerto! Yazgo muerto. Y por tí no llora el perro; Y por ti no aúlla la madre; Y por ti calla y no se enjuga el sepulturero. Y ninguno es más sordo, Y ninguno es más ciego, Y ninguno es más ninguno, más yo mismo, sin                                                           (tú alguno, Que tú, el hallado, el rehallado, El perdido, yo o tú, si no es el tiempo, Y siempre, y siempre y nunca El tú que soy y que es el sino, El hermano mayor, el hermano pequeño... Y he de ser el vivo, El Muerto. ¡Como seré vivo, Tú muerto!... El que compra la casa. La que vende su cuerpo, Él, ella, es el otro, Ninguno sin mí, el quedado O el ido en la redor