Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Eielson

MAQUILLAGE

 Por Desconocido   Vicio y virtud son para el artista instrumentos de un arte. Oscar Wilde La incomprensión ha sido siempre muro contra el cual ha golpeado el Arte; el artista, sobre todo hoy en que tan tremenda fisura lo separa del público, ha tenido que luchar no solo con los terribles problemas de la creación, sino también por hacer llegar su voz, por hacer oír su mensaje. Esa actitud ha sido siempre fuente de angustia para el artista, que por medio del arte no hace otra cosa que buscar una comunicación con el mundo externo, que quiere ardientemente hablar a los hombres de su visión personal de la vida y de las cosas. Este estado de antagonismo entre el artista que produce y el público, al cual está destinada la obra de arte, se ha ido acentuando hasta llegar el punto culminante al que asistimos, las razones provienen casi siempre del hecho que el artista está en la vanguardia del pensamiento de su época, su intuición o su inteligencia le han hecho adivinar o conocer los caminos por

EL CUERPO DE GIULIA-NO (17)

 Por Jorge Eduardo Eielson    (Fragmento) La mierda llega al mar en confección de luxe. "Mierda made in Perú". ¡Qué idea! ¿Y tus hijos? Millares y millares de automóviles. Al mar. Aves guaneras, gallinazos blancos, al mar. ¿Y tú Mayana?, tú que nunca viste el mar? No lo verás nunca. El cielo gris de Lima, las estrellas de Lima, son de trapo. Una bandera ¿entiendes? una bandera. Envolverás tu hijo en ella y ya no serás peruana ni chuncha ni nada. Al costo irrisorio de 600 dólares ejemplar tendrás un hijo blanco. Trabajará en la Base Experimental Cafetalera de Venus. ¿Es acaso el hombre el único consumidor de café en este mundo? Un hijo blanco con los ojos verdes ¿entiendes? No es lo mismo que un hijo verde con los ojos blancos. Comidos por la sarna. No es lo mismo que un juguete de barro cocido. Que un juguete de papel cagado. Que una sonrisa pestífera y sin dientes. Que diez uñas negras arriba. Diez uñas negras abajo. Y en el centro una barriga llena de tierra de sapo embruja

EL CUERPO DE GIULIA-NO (15)

 Por Jorge Eduardo Eielson    (Fragmento) Nada, Dogaresa, nada pudo servir mejor a mi intolerancia por los demás que tú misma, delante de mí, en el papel de suma sacerdotisa de mis deseos y de mis sueños. A fuerza de buscar la luz hubiera podido devorarte un seno, y tu habrías sufrido de esa llaga incurable como de una enfermedad dulcísima, sin lamentarte. Porque tú ya casi no percibías tu cuerpo, no lo distinguías del mío. En el fragor de la noche todo nos estaba permitido, hasta quitarnos nuestro cuerpo por momentos y volvernos una sola criatura celeste, un solo resplandor sobre el lecho. Aunque luego, durante el día ¿recuerdas? el silencio cayera entre nosotros como un manto de plomo. Como las víctimas del Vesubio  —pobres larvas convertidas en piedra, carbón, metal orgánico, momias de la vida diaria —, como las criaturas quemadas por la lava y la ceniza, nuestras palabras en adelante no emitirían sino silencio. ¿Transmutación divina? ¿Sabiduría completa? ¿O total ignorancia? ¿Para

EL CUERPO DE GIULIA-NO (14)

 Por Jorge Eduardo Eielson    (Fragmento) Retiré un brazo fuera de las sábanas, cogí un cigarrillo y lo encendí. De improviso todos mis pensamientos se detuvieron. Me vinieron unos deseos imperiosos de decir algo. Pero la frase que yo buscaba no estaba hecha de palabras. Ni tampoco de pensamiento. Era como una sed ardiente. Como un vacío entre el corazón y el estómago. Todos los poemas escritos durante mi adolescencia parecieron quemarse rápidamente dentro de mí y convertirse en humo. Una última llamarada en la que desaparecían para siempre las palabras, dejándome sumido en una luminosa y solitaria perfección. La dorada jaula terrestre acababa de abrirse ante mí. Me ofrecía algo que todavía no estaba en condiciones de aceptar. Una pureza indescriptible hacía aparecer sagrados mis menores gestos. Superfluo mi propio pensamiento. Perecedera e inútil la más espléndida belleza. El universo entero no era nada comparado con mi propio cigarrillo, con su ceniza grisácea en el cenicero de loza