EL TIRSO

 Por Charles Baudelaire  


A Franz Liszt

¿Qué es un tirso? En sentido moral y poético, es un emblema sagrado en manos de sacerdotes y sacerdotisas que alaban a la divinidad de la que son intérpretes y servidores. Pero físicamente no es más que un bastón, un simple palo, una estaca, tutor de viña, seco, duro y recto. Alrededor de ese palo, en meandros caprichosos, juegan y retozan tallos y flores, éstas sinuosas y huidizas, aquellas colgantes como campanas o copas volcadas. Y una gloria sorprendente brota de esta complejidad de líneas y de colores, apagados o resplandecientes. ¿No parece que la línea curva y la espiral hacen la corte a la línea recta y danzan a su alrededor en muda adoración? ¿No sé diria que todas esas corolas dedicadas, todos esos cálices, explosiones de aromas y colores, ejecutan un místico fandango alrededor del hierático palo? Y, sin embargo, ¿qué mortal imprudente osaría decidir si las flores y los pámpanos fueron hechos para el palo, o si el palo es tan sólo el pretexto para mostrar la belleza de los pámpanos y las flores? El tirso es la representación de tu asombrosa dualidad, maestro poderoso y venerado, amada Bacante de la Belleza misteriosa y apasionada. Jamás ninfa exasperada por el invencible Baco sacudió su tirso sobre las cabezas de sus compañeras enloquecidas con tanta energía y capricho como agitas tú tu genio sobre los corazones de tus hermanos. El bastón es tu voluntad, recta, firme e iquebrantable; las flores son el paseo de tu fantasía aldededor de tu voluntad; es el elemento femenino ejecutando alrededor del macho sus prestigiosas piruetas. Línea recta y arabesco, intención y expresión, rigidez de la voluntad, sinuosidad del verbo, unidad del objetivo, variedad de los medios, amalgama todopoderosa e indivisible del genio, ¿qué analista tendrá el detestable valor de dividirte y separarte?

Amado Liszt, a través de las brumas, más allá de los ríos, por encima de las ciudades en que los pianos cantan tu gloria, en que la imprenta traduce tu sabiduría, dondequiera que estés, en los esplendores de la ciudad eterna o en las brumas de los países soñadores que consuela Gambrinus, improvisando cantos deleitosos o de inefable dolor, o confiando al papel tus meditaciones abstrusas, cantor de Voluptuosidad y de la Angustia eternas, filósofo, poeta y artista, ¡te saludo en la inmortalidad!




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