MI ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO (COLOFÓN A NOÉ DELIRANTE)
Por Arturo Corcuera
Aquí encalla el Arca de Noé delirante.
Un descanso en paz merezco después del diluvio y de la
blanca palomica que al Arca con el ramo se ha tornado.
No quiere decir que llegue al fin de la travesía.
Mañana quizás enchape vigas nuevas y suban otros pasajeros.
Remando y martillando cumplo con este trajinar tres
décadas.
Podría haberlas dedicado a menesteres más rentables de
haber escuchado malos consejos de buenos amigos.
Mirándome al espejo me examino y entre mí repito:
¡Ya viene el cortejo!
Ya se oyen los claros clarines de mis patas de gallo, a las que
recomiendo no adelantarse a cantar victoria!
Este libro reverdeció de canas mi cabeza (no cesa la Luna
de llorar sobre mis cabellos) y sorprendo al invierno con
sus perlas acicalando al jazmín.
Mi pelo blanco enfatiza el negro de mis cejas (y viceversa).
Personifico un Narciso otoñal gozando como loco en
fuente de plata.
Doy por terminado Noé deliarante a los cincuentaitantos
(tontos) años de mi edad.
Yo el menos santo de todos los varones enclaustrado en Santa
Inés, musito mis versículos, barriendo el patio gano
indulgencias.
Lavo platos con brillante estilo (mejor que cuando prosa
el juglar), podo la parra, manguereo el jardín. Al palto
trepo y lo convierto en púlpito de mis églogas.
A diario confundido con los árboles terminaré aprendiendo
el idioma de los pájaros.
Soy gusano y colibrí. Sumergiendo tierra adentro me siento
levitar. No acaban, ninfas, de interrogar mis asombros:
¿Qué sintonizará el caracol que ha puesto antes en su
casa? ¿Por la noche los zancudos pican a las amapolas?
¿Tiene instante de ternura —jugando con sus cachorros—
el huracán? ¿Si la piedra se perfila y recibe lecciones del
águila aprenderá a volar?
(Murió mi perro Majo. Lo sembramos bajo la higuera.
Su sombra fiel seguirá endulzándonos los años que nos
quedan.
Ensangrentada se desvanece, ay, en su dolor la rosa.
Ebria la parra llora descorchando sus lágrimas de vino
tinto.
El viento del bambú con la pena de sus quenas lo recuerda.
Recién destilas tu amargor, abeja.
Gatos que Majo magulló, perdonadlo).
Jubilado del trabajo ahora es cuando más trabajo, acabo el
día hecho trapo con la lengua fuera (mi corbata de seda
natural). Velo por mi mantenencia y de los míos y de mi
casa, en la que me distraigo asustando a los fantasmas.
Yo mismo seré un fantasma errante si acaso no lo soy ya.
¿Existo realmente? Sueño que existo, ¿existo? ¿y si existe
nada más que sueño?
Quizá yo apenas sea el despertar de un sueño que para
siempre de los jamases se quedó dormido.
¿Materia de estrella? ¿Humus de un leño apagado? ¿Ánima
solitaria deambulando en la Tierra?
Si la vida es sueño, sueño (y no es ningún sueño) que se me
va la vida. ¿Muero para volver a soñar?
¿Morir es despertar, es otra vez nacer o es acabar? ¿Qué nada fui antes de que naciera? ¿Qué vacío habitaba? ¿En la Nada tenía rostro? ¿Volveré a tener rostro el que tuve en la Nada?
Simple, liso y sobrio, bien dispuesto en el tramo final me
sea dado el madero del arca. En sus venas abiertas deseo
sentir el rumoreo del campo.
Nada de luces ni de adornos. Paz para mis fijos ojos ciegos.
Una sola Rosa ansío junto a mí. (Me recordará el amor y la
belleza de la vida).
Como el otoño abandonaré al viento una tarde estas hojas.
Partiré con mis recuerdos y mis pequeños olvidos.
Nada me podrá quitar el sueño del viaje desconocido.
Me arropo con mis pesadillas en las malhadadas noches de
insomnio.
En duermevela para relajarme ingiero una pastilla de
Alpaz de 0.50 mg. ¡Me llegó la modernidad!
Releo y me contagio del ardor de añejos infolios que no
envejecen, y leo cuando puedo comprar un libro.
Hago el amor que siempre puedo (siempre que puedo)
en todas sus formas: escribiendo de tal haya que me
entiendan hasta las mariposas (me sé de paporreta su
silabario multicolor), arrancando la hierba mala y los
abrojos del camino.
Me transmuto en tonto útil (la libélula vaga de una vaga
ilusión): enseñándole a ser pata al enemigo, amándolo a traición, ungido de uno de los mandamientos de Vallejo.
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