BAUDELAIRE O LA VOCACIÓN DEL POETA

 Por André Coyné  


(Fragmento)

La soledad de Baudelaire no lo ha preservado de muchos aplausos consiguientes. No lo preserva de nuestro homenaje; al menos convendría despojar este acto de todo carácter impersonal, hasta diría de todo carácter colectivo. Si bien es necesario que yo hable en voz alta, guardemos un silencio más profundo para oír la voz que íntimamente nos diga la dificultad, el pavor de ser hombre, y al mismo tiempo nos hable el dúctil lenguaje de los orígenes.

Reunidos en honor a Baudelaire, procuremos abstraernos de quienes nos rodean, cada cual solitario en medio de otros solitarios, en espera de la única comunión posible, comunión de soledad con aquel que escribió en Mi corazón al desnudo: “Desde niño, conciencia de la soledad. A pesar de la familia —y sobre todo entre mis compañeros— conciencia de un destino eternamente solitario. No obstante, viva inclinación por la vida y el placer”.

Volveré sobre el último punto: básteme ahora colocar nuestra reunión bajo el signo inequívoco de la soledad: la soledad del genio, que nos obliga a admitir la soledad de toda alma humana, aun cuando, ebrios de ruido y de luces (o de inteligencia), no tenemos generalmente el valor de asumirla. Nadie recibirá la revelación auténtica de la poesía si no se despoja primero de cuanta humana hojarasca lo separa de sí mismo: engaños del decoro, de la decencia, de la adulación o del discurso.




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